COMUNICACIÓN INTERGENERACIONAL: HIJOS, PADRES, ABUELOS

Mª Fernanda Sáiz Gallego




Este trabajo surge porque desde hace mucho tiempo me preocupa las distintas formas de comunicarnos entre las tres generaciones, partiendo de mi propia experiencia, nacida en la generación de la década de los 50, con tres hijos nacidos en la década de los 80 y mis padres, de la década de los 20. Cada generación tiene distintas necesidades, expectativas, formas de ver el mundo, de pensar, de actuar y por tanto de expresarse.

¿Hablamos el mismo lenguaje las tres generaciones?, ¿nos preocupa a las tres por igual que esta comunicación sea adecuada?, ¿estamos atrapados los padres como un sanwich entre los abuelos y los hijos?. A las dos primeras yo contestaría que no y a la última que sí.

En los últimos 60 años hemos vivido más cambios que en los últimos siglos y estos entornos históricos y socio-políticos, han influido bastante en nuestra forma de comunicarnos y relacionarnos. La generación de mis padres (los abuelos ahora), vivieron en su infancia o juventud, la guerra civil española (1936-9), posteriormente sufrieron 40 años de dictadura y a partir de 1975, un nuevo estado democrático. La influencia que tuvo en ellos estas vivencias y falta de libertades, les llevó a ser muy estrictos con sus hijos, marcándonos muchos límites (también los tenían ellos), relación de superioridad con nosotros, “ordeno y mando y tu obedeces porque los digo yo”, poco comunicativos tanto en el lenguaje verbal como no verbal (caricias, abrazos, etc) y muy sacrificados para darnos una formación que ellos no habían podido tener.

Nuestra generación, todavía llegó a vivir en el entorno de la dictadura hasta la juventud, lo que nos llevó a ser reivindicativos, luchadores por conseguir libertades y por conseguir nuestra independencia. De los 20 a los 30 años, la mayoría formamos parejas y nos embarcamos en la maternidad/paternidad. Fuimos construyendo entre todos el nuevo estado democrático y en este entorno, fuimos educando a nuestros hijos, colmándolos de abrazos, besos, caricias; tratando de ser más permisivos que nuestros padres, más dialogantes, tratos de igualdad y no de superioridad ni posesión. Queriendo ser amigos de nuestros hijos. Pasamos de decir que SI a los padres, a decir SI a los hijos. Además tuvimos las madres una dificultad añadida y es que nos incorporamos a la vida laboral para no renunciar a nuestros sueños, tratando de conciliar nuestros deseos de ser “mujer”, con lo de ser madres. La consecuencia es que nos sentíamos “culpables” de no darles todo nuestro tiempo a nuestros hijos y como consecuencia les complacíamos en la mayoría de sus deseos. El resultado ha sido que la generación de los jóvenes de hoy al estar acostumbrados a satisfacer con facilidad sus deseos, son menos luchadores que nuestra generación, no tienen la necesidad de independizarse, pues tienen todo “cubierto” en casa con sus padres y se comunican con dificultad con nosotros.

¿Podríamos concluir que la “incomunicación-comunicación-incomunicación” es cíclica como la vida?, o ¿si hacemos un esfuerzo todos por hablar el mismo lenguaje creando un código de comunicación común podríamos mejorar, tanto con nuestros antepasados como con nuestros descendientes?. Para ello es muy necesario tener en cuenta unas cuantas reglas como: escuchar y transmitir cariño, aceptarnos como somos y respetarnos, cuidar como decimos las cosas para no herir y practicar la empatía. Como conclusión “saber escuchar es un arte y debemos creer en la palabra”.

La representación de mi proyecto la he realizado en tres tableros de 1,50x50 cm. (generación de los 50, la del sanwich, por tres generaciones) y utilizando como aglutinante con el pigmento, la encáustica, por ser la técnica más antigua de pintura, como la familia y conseguir una fusión y veladuras entre los colores necesaria para representar mi proyecto. Además este aglutinante, con calor es blando, dúctil, y al enfriarse es duro, lo que me recordaba que en las relaciones ocurre lo mismo, con la calidez y cariño se es más comunicativo y por el contrario, con la frialdad, somos más distantes, incomunicativos.

He representado el símbolo de la vida que utilizaban los celtas, el trisquel, que es una espiral de tres brazos unidos por un punto central; unión de los tres elementos del cosmos: tierra, agua, aire, y las tres etapas de la vida: pasado, presente y futuro (juventud, adultos, vejez). También he utilizado como simbología el lenguaje de los colores, que para mí representan los sentimientos y emociones, que van desde la pureza del blanco en la infancia, hasta el pasado y vejez del gris. En el tríptico, el de la izquierda representaría la infancia/juventud de los hijos (colores blanco, amarillo, naranja, rojo), el del centro los padres (colores rojo, naranja, azul, morado) y el de la derecha, los abuelos (rojo,morado, magenta, gris).

Y para terminar, teniendo en cuenta que los jóvenes de hoy también serán padres, quiero citar una frase del psicólogo R. Sansón Mizhari “los padres somos como escultores o alfareros que al levantar en nuestras manos nuestra obra más bella, inevitablemente dejamos una marca en esa arcilla tan sensible ¿Cómo podría un escultor o un alfarero trabajar la arcilla existencial de los hijos sin dejar su impronta?”